“De lo que cuento oralmente, me importa si es bello y su calidad literaria, nada más”.

Claudio cuenta. Tiene 4 años. Está parado en la puerta de la cocina de la casa de su infancia. La puerta es rosa. Él se balancea y juega mientras escucha a su madre: “Había una vieja, virueja, virueja, de pico picotueja de pomporerá. Tenía tres hijos, virijos, virijos, de pico picotijo de pomporerá”. La cocina no tiene alacenas, solo una mesa grande de madera. “En mi casa no había libros”, recuerda Claudio. Pero su mamá le contaba y cantaba nanas, versos, historias de tradición oral mientras cocinaba. “Uno iba a la escuela, viruela, viruela, de pico, picotuela, de pomporerá”. Así conoció la belleza de las palabras, su sabor, su musicalidad, y entrenó el oído, sin saberlo, para contar historias, para adaptar cuentos, novelas, canciones, poemas…

Cuando narra, Claudio respeta el texto original lo más posible porque le interesa que la voz del autor se reconozca a través de su voz.

“Yo quiero contar el cuento, no la anécdota, la literatura es el arte de las palabras, quiero transmitir ese arte. Respeto los textos porque cada autor tiene una música, una partitura, una cadencia. Rescato esa música desde la oralidad, me interesa que cuando cuente se note que estoy contando a Cortázar, a Borges o a Cabal”.

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Sobre el arte de contar cuentos en voz alta

Cuento porque a mí primero el cuento me suena en la oreja, y es una forma de buscar mi voz propia. Y soy yo el que cambio al contar las historias, al buscar mi voz, la misma voz para decir distintas cosas. O acaso la misma cosa, la misma historia.

Los cuentacuentos somos de hablar. Y no acostumbramos a pedir por favor la palabra. Ni tampoco la cedemos tan fácilmente. Y nos gusta y nos divierte inventar nuevas palabras. Y también nos gusta volver a la vida las palabras que han quedado secas y vacías de tanto mal uso.

Como contador profesional de historias he investigado, contado y usado la narración oral como una herramienta terapéutica, pedagógica y escénica.

El cuento sucede en una sala de hospital, en un geriátrico, en un aula, en un café, en un teatro.

El cuentacuentos, a través de su voz, de sus gestos y de sus movimientos, traslada a los interlocutores (no digo “público” porque el vinculo de comunicación es tan fuerte que el oyente participa en forma directa, creando en su imaginación y con su historia, el cuento que escucha) a otros escenarios.

La forma de brindar y generar ese vínculo se ve necesariamente modificado por el espacio y las expectativas de cada interlocutor.

Uno cuenta con el público, no para el público.